En las sociedades capitalistas neo-liberales actuales, uno de los males más comunes, es la ansiedad por ser reconocidos. Tenemos una necesidad imperiosa por conseguir un estatus relacionado con la importancia, los logros y la pasta que ganamos a fin de mes. Esta ansiedad por el estatus hace que vivamos en una competencia casi desleal con el grupo de personas que nos rodea, así nuestro entorno más directo, deja de ser nuestro aliado para devenir nuestro enemigo a batir, mientras lo usamos de barómetro para medir nuestra posición en la sociedad.
Como casi siempre, mi introducción es un tostón a superar para poder sumergirme en lo que realmente importa. Hace un año, empecé en el grupo de adiciones y todo lo anterior venía a cubrir la idea que para los adictos también hay distintos estatus. Desde el auto-engaño y la no aceptación, hay una necesidad imperiosa de medirnos con los demás para poder dictaminar que en la comparativa nosotros salimos mejor parados. El estatus aquí, no se busca a través de proezas, ni grandes logros, pues todo el mundo intenta minimizar al máximo su situación con el objetivo de parecer "menos adicto". Nos escudamos en qué una sustancia es peor que la otra o que conceptos como la cantidad o la continuidad equivalen a mayor o menor gravedad, según nos convenga. ¿Que esconden nuestros temores? Miedo a que terminemos desconfiando de nosotros mismos para darnos cuenta que al final, todos hemos terminado en el mismo sitio, en tratamiento.
Tiraré de causistica y refranero para intentar ilustraros lo que os quiero hacer llegar. Un porcentaje muy elevado de los pacientes con los que participo, cada semana, tienen adicción al alcohol. Al ser una sustancia legal muchos creen que tiene menor gravedad que ser adicto a la cocaína, heroína, thc, etc. En esta línea es recurrente escuchar a otras personas diciendo "yo sólo soy adicta al alcohol puro mientras otros se han metido de todo" o, haciendo juegos de palabras "antes me metía de todo y ahora solo bebo".
En este contexto me he acordado de un compañero de ingreso, toxicómano, una persona extraordinaria, un tipo de la calle con una picaresca increíble. Era portador de anticuerpos y con 50 años, mantenía casi intacta su ilusión por dejar atrás las agujas. Me dijo si conocía el dicho de "toxicómano rehabilitado, alcohólico asegurado", una especie de mantra en muchas de las comunidades terapéuticas de pico y pala por las que había deambulado. Me sorprendió. La verdad es que ha tenido que pasar un tiempo prudencial de tratamiento para poder empezar a comprender el significado real, de algo aparentemente tan banal. En la lucha por erradicar una adicción lo que siempre queda es un gran vacío a llenar y es así como la vida parece un proceso de sustitución de una ansiedad por otra, de un deseo por otro, de una sustancia por otra.
Por todos estos motivos, apelar a la sustancia en lugar de a la adicción, puede dar fruto a muchas disertaciones, pero a pocos avances en el auto-conocimiento personal. Para los filósofos helenos el conocimiento de uno mismo les confería el poder de evaluar las cosas objetivamente, para poder incorporar lo que a uno le parecía necesario y despreciar lo trivial. Así pues, lo terapéutico, lo tratable, lo analizable, es el comportamiento adictivo; el porqué del uso de una sustancia; qué conflictiva intentamos tapar con el consumo. El tipo de sustancia a la que hemos terminado por recurrir normalmente nos da más pistas sobre la problemática encubierta que sobre la gravedad de la adicción. Lo relevante en un adicto no es lo que toma sino para qué lo toma y todos nosotros buscamos lo mismo, enmascarar la realidad, alterar nuestro estado para poder enfrentarnos a nuestra insufrible situación. La adicción reviste un sufrimiento que ella misma, por méritos propios, se encarga de perpetuar. ETT.